viernes, 5 de noviembre de 2010

Querido Pablo:
Hoy se me ha impuesto la realidad con la contundencia de un rayo y me ha deslumbrado hasta dejarme a ciegas. Me parece que, tras el trueno, ya no sé quién eres ni quién soy yo ni qué distancia es la que nos une o nos aleja.
No sé en qué hueco de tu vida debo esconderme, ni siquiera si has dejado un espacio grande para mí o sólo una rendija de tiempo entre los pliegues importantes de tu vida. Hoy me siento más pequeña, más frágil, más vieja, más torpe, más oscura, más vulnerable.
No sé cómo alumbrar este absurdo pensamiento con una luz razonable, no sé en qué rama sujetarme para no caer.
Había subido tan alto de tu brazo que pensaba que ese era nuestro lugar.
Lo cierto es que nada ha cambiado, nada tiene por qué ser diferente entre nosotros, nada me has dicho que pueda ofenderme, nada has hecho por lo que tenga que sentirme mal.
Soy yo la que ha despertado de un sueño, soy yo la que me he estado ocultando la cara amarga, soy yo la que he mirado siempre para otro lado y he querido borrar todo lo que no éramos tú y yo.
No sé por qué me empeñé en mirar detrás del espejo.
Y no sé qué voy a decirte mañana.